Aún no es claro cuál fue la chispa que motivó la explosión verbal de Hugo Chávez contra Colombia el pasado martes 28 de julio. El mandatario venezolano ya había anunciado una revisión de las relaciones con Colombia por el asunto de las bases gringas, mas no unas medidas concretas.
Evidentemente le molestó la noticia de que se habían encontrado lanzacohetes suecos, vendidos al Ejército venezolano, en un campamento de las Farc. También le disgustó no sólo la visita del canciller israelí, Avigdor Liberman, a Bogotá, sino la declaración del vicepresidente Francisco Santos en la que dijo que compartía "la preocupación inmensa por la presencia de Hezbolá en América Latina, de su presencia en el vecino país". Aunque Santos no mencionó específicamente a Venezuela, todo el mundo, empezando por Chávez, sabía a qué nación se refería.
Las relaciones colombo-venezolanas tocaron fondo de nuevo. Por tercera vez en 20 meses, Chávez retiró a su embajador en Colombia, amenazó con imponer restricciones comerciales y cerrar la frontera e insultó a Álvaro Uribe. Y por tercera vez, generó la amenaza de una crisis regional.
A la temible y consabida dialéctica verbal del venezolano se sumó una nueva crisis con Ecuador. Primero, por la divulgación de un video del 'Mono Jojoy" en el que señala que las Farc le entregaron plata a la campaña del presidente Rafael Correa. Y segundo, porque el gobierno de Quito reveló un presunto diario de 'Raúl Reyes' que, al tiempo que implica a ex funcionarios de Correa, exculpa al mandatario de Ecuador.
Pero semejantes revelaciones no tuvieron eco en la región. Por el contrario, la respuesta del continente, encabezada por Brasil y Chile, fue pedirle explicaciones a Colombia sobre la presencia de las bases militares de Estados Unidos en el país.
Al final de la semana, los empresarios colombianos seguían en ascuas haciendo cuentas pesimistas, y Colombia sin un aliado público en Suramérica. Como suele ocurrir, las noticias se concentraron en el impacto económico y comercial de la crisis que es, paradójicamente, más manejable en el corto y el mediano plazo. Pero el problema más grave es geopolítico. Es de más largo plazo, tiene consecuencias insospechadas y no da titulares.
Ni contigo ni sin ti
La crisis de esta semana entre Caracas y Bogotá demostró dos cosas. En primer lugar, que el comercio entre los dos países se convirtió para Chávez en su principal banderilla para sacudir a Colombia. En las últimas cuatro grandes crisis lo primero que ha salido a anunciar Chávez a los cuatro vientos es que congela los negocios entre los dos países.
Lo otro que ha quedado claro es que, paradójicamente, el comercio se ha convertido en el mejor blindaje antibélico entre los dos Estados. Antes que desplomarse, los negocios entre las dos naciones se han disparado en estos años de crisis: aumentaron de 2.700 millones de dólares a finales de 2004 a 7.200 en 2008. Y de esa manera se ha convertido en el principal atenuante para evitar una confrontación mayor. El comercio es un efectivo atenuante para atajar cualquier tentación armada.
Pero, ¿quién gana y quién pierde en caso de que se corte el comercio? A pesar de que la balanza es bastante desequilibrada a favor de Colombia (le vende a Venezuela 6.100 millones de dólares al año y le compra 1.100 millones de dólares), los hechos han demostrado que los dos países pueden perder. Y mucho.
En teoría, esos 1.100 millones de dólares son sólo una lágrima de la cual la economía petrolizada de Venezuela podría prescindir en un arrebato revolucionario chavista. Pero en la práctica sería una decisión muy costosa, porque si esa cifra se traduce en número de empresarios venezolanos afectados, sí resulta una cuenta bastante significativa para el proyecto político de Chávez.
A eso se suma el hecho de que una buena parte de los productos que le compra Venezuela a Colombia es de la canasta básica familiar. Un reconocido grupo de empresarios colombianos hizo un ejercicio para ver cuántos ingredientes colombianos tiene el desayuno de un venezolano y encontró que, contando la vajilla, el 45 por ciento viene de Colombia. Tratar de sustituir ese tipo de productos no es fácil para Venezuela. Y en el hipotético caso de que cerrara el comercio, le podría provocar un desabastecimiento que va al corazón de las necesidades del pueblo venezolano. Por lo tanto, es un comercio cuya naturaleza tiene una dimensión política.
Pero si para Venezuela ese comercio es importante, para Colombia lo es aun más. Los 6.100 millones de dólares equivalen al 17 por ciento de las exportaciones colombianas. Y, curiosamente, las exportaciones a Venezuela parecen más sólidas que las de cualquier otro destino. Según los datos revelados esta semana, en el primer semestre de este año las exportaciones de Colombia a Estados Unidos cayeron 25 por ciento, y a la Unión Europea, 10 por ciento, mientras a Venezuela se mantuvieron estables.
Si se llegara a cerrar el chorro de Venezuela, sería sin duda gravísimo para el empleo y el producto interno del país y, de manera puntual, afectaría a cerca de 300 empresas para las cuales más del 25 por ciento de sus ingresos brutos procede de ventas al vecino país.
En el caso del comercio con Ecuador la situación es muy distinta. No sólo el monto del intercambio es menor (Colombia vende 1.500 millones de dólares y compra 800 millones de dólares), sino que la manera como se ha procedido es diferente: mientras Chávez amenaza cortar de tajo, Correa sube aranceles e impone salvaguardas que le van a costar a Colombia más de 500 millones de dólares al año.
Del comercio a la geopolítica
Pero la naturaleza de la crisis con Venezuela es muy distinta a la de Ecuador. En Venezuela el epicentro del problema recae en gran medida en un solo hombre: Hugo Chávez. Mientras la crisis con Venezuela es política y pasa inexorablemente por Chávez, la crisis con Ecuador es más delicada y compleja.
En medio de las tensiones y la retórica belicista, es fácil de olvidar que Colombia, Venezuela y Ecuador no son los primeros países con extremas diferencias ideológicas pero con intereses convergentes. Hay lecciones en la historia del siglo XX que se podrían aplicar para bajarles la temperatura a las fronteras. Sólo con convertir este asunto en una preocupación regional es posible generar un cambio de comportamiento y una decisión política. Pero eso sólo se logra ventilando los problemas para dialogarlos y enfrentarlos. Tal vez el primer paso sea el de aplicar la teoría de la Guerra Fría: la détente.
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